Ofertas de trabajo, el sueño de conseguir dinero para la familia o las ansias de ser modelo son algunos de los deseos que utilizan los proxenetas para captar jóvenes y llevarlas a Europa, donde comienza una tortura que, muchas veces, no tiene retorno.
La trata y tráfico de personas es el tema central de la investigación que realizó la periodista rusa Kitty Sanders, quien se sumergió en lo profundo de estas organizaciones por más de ocho años: se convirtió en una de ellas, conoció lo más oscuro de esta práctica, fue golpeada, amenazada y, con el mismo ímpetu que inició su travesía, se dedicó a rescatar a la mayor cantidad de mujeres posible.
Dentro de su ardua labor, Sanders conoció a bolivianas víctimas de estas redes que operan en todo el mundo. Luego de terminar su investigación publicada en el libro best seller “Prolegómenos al libro Carne”, comenzó a dar charlas para prevenir esta situación y evitar que más personas caigan en la prostitución.
De Bolivia a Europa
Los proxenetas son expertos en el engaño. Encuentran a jóvenes que tienen aspiraciones y, de acuerdo a sus sueños y su nacionalidad, tejen una historia falsa para reclutarlas.
“Ellos nos llaman paquetes. Un paquete moreno es de América Latina; un paquete blanco sería yo, de Europa; paquete negro es una mujer de piel oscura; hay algunos paquetes exóticos y las bolivianas originarias están en ese grupo”, asegura Sanders.
La periodista explica que muchas veces se llevan mujeres indígenas porque tienen rasgos físicos peculiares que gustan en el viejo continente.
El primer paso es ofrecer trabajo. Los proxenetas de Europa tienen sus similares en Bolivia, se contactan entre ellos para llevar a las chicas de un país al otro.
La mayoría también son mujeres, quienes le relatan a la víctima que fueron al otro continente a trabajar como niñeras y pudieron ahorrar lo suficiente para comprar una casa y mejorar su vida. Entonces, en ese momento, apelan al patriotismo para generar un ambiente de confianza. Todo es mentira.
En caso de que la joven tenga aspiraciones a ser modelo, cambian la historia y les ofrecen una oportunidad de “cumplir su sueño”. “Siempre les dan ofertas laborales porque las chicas de Bolivia son trabajadoras, quieren ser independientes para luego volver a su patria con dinero y ayudar a su familia”, dice.
Sanders cuenta que conoció a muchas bolivianas sobre todo en Francia, Alemania y España, por lo que supone que esos son los países que más vínculos de trata tienen con Bolivia.
Además, durante su experiencia como dama de compañía fue testigo de muchas irregularidades, como alianzas con aerolíneas para que dejaran viajar a las mujeres sin problema. De la misma forma con Migración, ya que varias pueden pasar con papeles falsos sobre su edad o su nacionalidad. “Los proxenetas usan la inocencia de las chicas bolivianas porque no tienen información, no saben que los países de Europa no son paraísos”. sentencia.
Ocho años de vida encubierta
La idea de hacer esta investigación surgió mientras Sanders terminaba la carrera de Periodismo, en 2006. “Yo no entendía por qué las chicas golpeadas por sus proxenetas, después volvían con ellos. Yo quería investigar eso”, asegura. Sin embargo, por lo delicado del asunto, su profesor no le aprobó el tema y tuvo que escoger otro. Pero, la idea ya estaba implantada en ella, así que, cuando terminó la universidad, decidió emprender por su cuenta este camino.
Inicialmente, comenzó su trabajo como cualquier periodista, fue hasta los prostíbulos, sacaba hora con las chicas y les pedía que le contaran su historia. Pese a obtener algunas respuestas, Sanders sabía que no le decían la verdad y que la única manera de conocer qué pasaba en esos lugares era volverse una de ellas. Sin pensarlo mucho y sin, hasta hoy en día, poder explicar con exactitud por qué lo hizo, empezó a trabajar como dama de compañía.
“Yo entendí que, si uno quiere investigar un mundo criminal, tienes que ser una de ellas. En ese momento, tomé la decisión de cambiar mi vida, aunque no pensaba que sería tanto así, pensaba que publicaría artículos como de costumbre”, relata.
Como muchas de las víctimas de trata y tráfico, inició en un street club, que es un sitio legal donde las mujeres bailan y sirven tragos. Luego, se acercó un proxeneta y la llevó a un prostíbulo.
Kitty explica que muchas de las mujeres llegan a tener relaciones sexuales con los clientes para conseguir más dinero, ya que solo al bailar la paga es mínima por más de 12 horas de trabajo.
La primera vez que se cruza esa línea, es muy difícil dar marcha atrás. Todos los sueños que tienen al comenzar se van esfumando poco a poco y empieza un círculo de problemas que no tiene fin.
Cuando Sanders comenzó tenía solo 22 años. “Yo me sentía como un cura porque ellas me decían cosas que a nadie cuentan”, explica. Durante su estadía, vio cómo esas chicas llenas de aspiraciones, se quedaron en la nada, muchas de ellas comenzaron a consumir drogas y su trabajo solo era para pagar algún estupefaciente que le permita olvidar, por un instante, su realidad.
“Es algo que se queda, que no sale con la ducha. Eso se convierte en un círculo, la mujer practica prostitución para tener dinero y comprar droga y así sucesivamente continúa. Deja sus sueños y se queda en ese lugar. Ella nunca dirá la verdad, porque es muy vergonzoso admitir que vende su cuerpo para comprar cocaína”.
Sanders asegura que los prostíbulos tienen una edificación peculiar. El primer piso es del “engaño”, que simula ser un bar porque esa práctica es ilegal; desde el segundo para arriba están los cuartos.
Métodos de coerción y de escape
Para mantener el orden dentro del prostíbulo, los encargados recurren a métodos de coerción y amenaza. Como ellos pagaron el pasaje desde Bolivia hasta Europa, las obligan a saldar esa deuda. Además, la documentación que les dieron es falsa, por lo tanto, están de manera ilegal.
De esa forma, les prometen que en un año podrán pagar el costo del pasaje —que ronda los tres mil dólares— y luego comenzarán a ganar su propio dinero para volver a su país. “El proxeneta por un lado golpea, y por el otro le da esperanza. Ellas piensan que solo será un año, que son delincuentes porque no tienen papeles”.
El agresor siempre culpa a la víctima, le cambia el nombre para que pierda su identidad y cada día sea más débil. Pero, si siente que ellas no lo obedecen en algo mínimo, comienza la tortura.
Kitty asegura que varias veces agrupan a las mujeres en un círculo, toman a una y comienzan a golpearla sin parar. Una vez que queda llena de heridas, el proxeneta les advierte con hacerle algo similar a quien se atreva a escapar.
Otra manera de infundir terror es amenazar con atacar a su familia. “Ellos te dicen que, si abres la boca, tu lugar será reemplazado con tu hermana o tu madre. Saben dónde vive, en que calle, todo”.
Si la víctima tiene hijos, se los quitan y las presionan para que cumplan su trabajo a cambio de no vender los órganos del menor o entregarlo a una red de pedofilia.
Asimismo, estas organizaciones siempre trasladan a las mujeres de un lugar a otro para que no entablen ningún tipo de relación con los clientes y no tengan un entorno a quién contarle su situación.
Luego de conocer cómo funcionan estas redes, el siguiente paso para Sanders era ayudar a liberar a las víctimas. Con el tiempo, sabía que no podía confiar en instituciones como la Policía porque también estaban involucradas en esta práctica. Entonces, durante el lapso que permanecía en el burdel, se dedicaba a buscar los documentos de cada mujer, robaba los papeles y luego, con ayuda a veces de clientes, desarmaba la guardia; además, su preparación en artes marciales varias ocasiones le funcionó.
“Mi método era escapar, no denunciar porque hay mucha corrupción. No esperar ayuda, sino rescatar físicamente, devolver a las chicas sus documentos. Nadie sabía que yo era periodista, todos creían que era una rusa loca. Las mujeres no entendían por qué hacía eso, pero me agradecían”.
Kitty cuenta que la mayoría de sus compañeras eran latinas, entre ellas bolivianas, con quienes creó un vínculo muy importante. “Cuando rescate a chicas de Bolivia, ellas lloraban en mi hombro porque sentían vergüenza. Decían que no podían ver a los ojos a sus padres”.
“Cementerio de prostitutas”
Las víctimas de redes de trata y tráfico oscilan entre los 14 y 19 años. El motivo de un reclutamiento tan temprano es cruel e inhumano, explica Sanders.
Las mujeres que viven en este mundo envejecen rápidamente debido al alto estrés, las drogas y la tortura que reciben. Por lo tanto, mientras menos edad tengan, a los proxenetas les “sirven” por más tiempo.
Una vez que el cuerpo de la mujer deja de ser atractivo para el negocio, necesitan deshacerse de él. Lejos de dejarlas libres para que vuelvan a su país, su destino es otro. Kitty relata que, como ya conocen el rostro de su agresor, ellos les dan una sobredosis de algún estupefaciente y terminan muertas.
O, también, en otro caso, las venden a otras organizaciones que operan en países del oriente, como Turquía, conocidos como “cementerios de prostitutas”, porque normalmente van allí a trabajar hasta perder la vida. “Yo no conozco a ninguna mujer que haya vuelto de esos lugares”, afirma.
Decálogo antitrata
La periodista creó un decálogo para evitar la trata y tráfico y lo difunde junto a su libro.
Uno los consejos que Sanders da es que, si una mujer quiere ir a trabajar como niñera a otro país, lo primero que debe preguntarse es si sabe hablar el idioma de ese país.
Por otro lado, si una persona ofrece un pago que no tiene correlación con la formación académica y profesional, es motivo de sospecha porque puede ser trata. “El dinero rápido y fácil siempre tiene consecuencias”.
Otra recomendación es no confiar en los perfiles de redes sociales ya que los últimos años se convirtió en la mejor manera de captar jóvenes. También, es importante conocer las leyes del país para evitar ser manipulada y engañada por otros.
Lo más importante para Kitty es reforzar la idea de que no es vergonzoso pedir ayuda, que ellas son víctimas y como tal merecen protección.
Sanders es una sobreviviente, luego de años de oscuridad, cada vez que una mujer se salva de la trata y tráfico una luz la cobija y le permite decirse a si misma que todo valió la pena.
Vía: Opinión de Cochabamba