Luego de cuatro años de servicio en la Iglesia San Ildefonso, de Quillacollo, y de haberse desempeñado en el sacerdocio por casi medio siglo, el padre Antonio debió abandonar la parroquia la semana pasada y ahora agota sus recursos en el pago de un alojamiento.
En una entrevista con OPINIÓN, el cura católico confesó que sus superiores del Arzobispado “no le dieron razones” para, según él, removerlo.
La situación del padre es muy crítica, tomando en cuenta que tiene 74 años (este mes cumplirá 75), padece diabetes y, además, debe sacar adelante su refugio de animales callejeros, llamado Defensores de Animales San Roque.
“Hasta hace una semana, vivía en la parroquia. En mis tiempos libres, después de que cumplía con los compromisos en el santuario, me dedicaba a los perritos, comenzando por la comida y terminando en la limpieza, llevándoles al veterinario para su atención. Ya desde el año pasado, el obispo me dijo que saliera de ahí (Iglesia San Ildefonso), pero sin ningún destino, dijo que me fuera a la casa de unos familiares.
No me dio razones. Salí, pero vino esta cuestión de la pandemia, hubo restricciones de fin de semana para moverse y opté por pedirle al párroco de Quillacollo, el padre Marcial, que me alojara por un tiempo. Se prolongó la pandemia hasta ahora. Nuevamente, a principios de 2021, han renovado algunas cosas y han repetido lo del año pasado. Tanto el Arzobispo como el auxiliar iban insistiendo sobre cuándo iba yo a salir, cuándo era el tiempo de que fuera a la casa de mis familiares.
Ellos no tienen ningún sentido de obligarme a que vaya a la casa de un familiar. Ellos no han construido la casa, en primer lugar, tampoco han consultado si me aceptan o no”, denunció el sacerdote Antonio.
Ahora, pasa sus días en un alojamiento y agota sus ahorros. Consultado sobre sus sensaciones respecto a su salida, el padre acusó que experimenta “asombro”, pues “no halla el motivo ante tantos años de servicio”.
Según su versión, antes de que se produjera su retiro de la parroquia se encontró con uno de sus superiores. Le compartió sus inquietudes, le dijo que sufría de diabetes y que estaba al cuidado de canes callejeros.
“Con uno de ellos, hace un mes nos encontramos y le dije: ‘mire, he venido presentando certificados médicos porque soy diabético. Uno se descompensa cualquier rato’. Querían mandarme al valle bajo, de Parotani más adentro. Yo le mencioné: ‘si me descompenso, en el camino puede ser que me pase algo, además tengo perritos’, ‘ah, no, a nosotros no nos interesan los perros, tú debes dedicarte a las almas y no al cuidado de los perros’, eso me dijo”.
Se asume como una persona muy puntual y exigente en sus labores dentro de la Iglesia. “Me gustan las cosas tal como deben ser, no las improvisaciones. Esto me deja la sensación de sorpresa. Uno comienza a pensar que era preferible tomar otro camino.
Voy a entrar a los 50 años de sacerdote. No encuentro el motivo ante tantos años de servicio. Los ahorros se van pronto, otra de las cosas (que le preocupan) es la atención que le debo a los perritos de Quillacollo. Debo desplazarme allá. La movilidad, felizmente, tengo, aunque camina lento”.
“Para mí es una cosa muy extraña. Estuve en distintos destinos, he tenido diferentes superiores como obispos, pero la actitud me hizo pensar mucho”.
Este medio intentó tomar contacto telefónico con el monseñor Oscar Aparicio, arzobispo de Cochabamba que refirió el padre Antonio. Sin embargo, la Arquidiócesis de Cochabamba no se encontraba en horario de atención disponible al momento de esta nota.
Vía: Opinión