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El veneno de la soya llega por los ríos y amenaza al único bioma libre de cultivos

El veneno de la soya llega por los ríos y amenaza al único bioma libre de cultivos

El Pantanal brasileño está asediado por un efecto invisible y poco estudiado de la soya: la contaminación por agrotóxicos arrastrados por las aguas. En ciertos puntos cuesta encontrar peces y hay casos de enfermedades cutáneas. En el trayecto del río Paraguay, que pasa por Bolivia y desagua en Argentina, hay lagunas que desaparecieron por falta de vegetación y la alta producción del grano y el ganado en la zona.

El anzuelo que Lourenço Pereira Leite lanza a las aguas del río Paraguay vuelve cada vez con menos pintados, surubíes atigrados y pacúes. Estos peces son el sustento de su familia hace varias generaciones, pero ninguna de las habilidades que aprendió viendo a su papá y a su abuelo pescar en el Pantanal le han servido para evitar que las bolsas de agrotóxicos caigan en sus trampas, en vez de los peces. “Eso viene de las cabeceras del río, porque aquí cerca no hay campos de cultivo tan grandes”, afirma el pescador.

Su intuición resume la situación de este bioma considerado el humedal más grande del mundo. Ubicado en la región del Mato Grosso del Sur brasileño, alcanza en sus extremos hasta Paraguay y Bolivia, con una extensión de 340.500 mil kilómetros cuadrados. Posiblemente, el ecosistema más rico del mundo en biodiversidad de flora y fauna.

Con apenas 0,01% de su área destinada a la producción de soya, el Pantanal se convirtió en un enorme depósito de residuos de agrotóxicos usados en los sembradíos que están al norte, en la meseta de Mato Grosso. La creciente demanda internacional por el grano empujó las plantaciones incluso hacia dentro de las áreas de conservación e hizo que los cultivos lleguen muy cerca de las nacientes que forman el Pantanal.

El año pasado, el bioma sufrió incendios forestales históricos, que afectaron 30% del área y puso a Brasil en noticieros internacionales (una vez más), por la inercia del gobierno nacional en proteger su patrimonio natural. Pero la región, en realidad, viene sufriendo silenciosamente hace más tiempo. El veneno viaja por los ríos y amenaza una de las pocas áreas naturales aún altamente preservadas de la acción humana en el país.

El municipio de Cáceres, en el sudeste de Mato Grosso, donde Lourenço Leite pesca, es la puerta de entrada al bioma: un tesoro natural considerado patrimonio mundial de la humanidad por la Unesco. Allí, en el punto donde lanza su anzuelo, todos los años desemboca el agua que define la vida del Pantanal. Las lluvias que caen al norte, en la meseta de Mato Grosso, hacen crecer las nacientes de los ríos Paraguay, Sepotuba y Cabaçal – luego, esa agua baja la serranía hasta llegar a Cáceres, y entonces forma la mayor planicie inundable del planeta, habitada por especies amenazadas de extinción como el jaguar, el oso hormiguero gigante y el armadillo gigante.

En condiciones naturales esa agua cargaría solo la materia orgánica que sirve de alimento a los peces y de abono para las plantas. Pero hoy también trae el veneno usado en la soya. En los últimos 30 años, la cosecha del grano en Brasil se sextuplicó: pasó de 20 millones de toneladas por año a las actuales 125 millones de toneladas, la mayor parte concentrada en sembradíos de Mato Grosso. Es la mayor producción del mundo.

“La meseta del estado de Mato Grosso hace parte del Planalto Central brasileño. Es una región considerada el gran tanque de agua de Brasil, porque alberga las nacientes de las principales cuencas hidrográficas brasileñas. Además de la cuenca del Alto Paraguay, que forma el Pantanal, otras cuatro grandes cuencas allí comienzan: la Amazónica, la del San Francisco, la del Paraná y la del Araguaia/Tocantins”, explica la bióloga Débora Calheiros, investigadora de Embrapa Pantanal y del Ministerio Público Federal que dedicó su carrera a comprender el impacto del uso de agrotóxicos en el ecosistema de la región.

“El Pantanal es como un hueco. Nosotros estamos aquí abajo y ellos siembran soya allá arriba. Cuando llueve, ¿hacia dónde va el agua? Va a escurrir y viene hacia acá”, afirma Nilza da Silva, otra pescadora de Cáceres, que nota la diferencia en su trabajo.

“El centro de Cáceres está a orillas del río. Allí era muy hondo, un lugar muy rico en peces, donde antes se pescaba hasta el bagre amarillo”, cuenta Nilza, refiriéndose a uno de los mayores peces brasileños, que puede llegar a 1,5 metros. “Hoy en día, en la época seca, uno puede cruzar el río con el agua en las canillas, de tan sedimentado que está. Y casi no se encuentran más peces”, reclama la mujer.

La sedimentación que Nilza percibe al cruzar el río fue confirmada por un grupo de investigadores que monitorea la salud del Pantanal, que concluyó que la cantidad de sedimentos que llega al bioma aumentó 200% en las últimas tres décadas, acompañando el avance de los cultivos en la parte alta.

La planicie inundada del Pantanal se mantiene prácticamente preservada del agronegocio. Apenas 16% de toda su superficie está dedicada a actividades agrícolas y de pastoreo; la mayoría por la pecuaria. Es lo opuesto de lo que sucede en la meseta, que ya está 60% tomado por el agronegocio. Es ahí donde están los municipios que son los mayores productores de soya del país y campeones nacionales en el uso de pesticidas. Y también donde nacen los ríos que abastecen la planicie.

Especie exótica en Brasil y cultivada en campos muy extensos y bajo el régimen de monocultivo, la soya exige veneno para mantener alejadas las plagas. Por eso, aunque concentre 42% del área sembrada en Brasil, el grano consume más de 60% del volumen de agrotóxicos usados en el país –  un ‘cóctel’ que incluye más de 450 fórmulas químicas diferentes, gran parte considerada tóxica para los humanos o peligrosa para el medio ambiente, según las clasificaciones de la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria y del Ministerio de Medio Ambiente.

Los ojos del mundo sobre Brasil

De las 125 millones de toneladas de soya que Brasil cosechó en la zafra 2019/2020, únicamente un tercio se quedó en el país. La mayor parte de la producción viaja por cargueros alrededor del mundo y se convierte en comida para ganado, aves o suinos que después serán sacrificados para alimentar la creciente población del planeta. China ha sido el mayor comprador brasileño, pero la soya nacional también aprovisiona a toda Europa, con destaque para Holanda, España y Francia.

Noruega, principal financiador del Fondo Amazonía, por ejemplo, importa anualmente 328 mil toneladas de soya en granos – por lo menos 70% provenientes de la meseta de Mato Grosso, donde nace el río que forma el Pantanal. Otras 278 mil toneladas son importadas en forma de proteína de soya para alimentar los criaderos de salmón del país escandinavo, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística de Noruega.

Es poco cuando comparado al total de la producción brasileña (cerca de 0,5%), pero representa 86,3% de toda la soya importada por un país que, irónicamente, viene presionando Brasil, por medio del Fondo Amazonía, a cuidar el medio ambiente.

Fieles a su preocupación ecológica, los noruegos presionaron a importadores y compañías a adoptar un riguroso método de certificación de la soya brasileña que llega al país, lo que incluye una lista de pesticidas vedados para el uso. El origen de los productos también debe ser rastreado, para reducir las posibilidades de deforestación y asegurar que no son provenientes de cultivos transgénicos. Sin embargo, desde el punto de vista socioambiental, la soya convencional no es muy diferente de la soya transgénica, ya que ambas son producidas en grandes extensiones de tierra, en forma de monocultivos y con pesticidas  – la excepción es el glifosato, que dependiendo del uso puede matar la soya convencional, y por eso, es aplicado en menor cantidad.

Según la plataforma Trase, seis municipios son los principales proveedores de soya en grano para Noruega: Sapezal, Diamantino, Nova Ubiratã, Campo Novo do Parecis, Campos de Júlio y Tangará da Serra. Estas ciudades – que también exportan a países como China, Holanda, Turquía, Tailandia, Reino Unido, Arabia Saudita, México y hasta Cuba, están todas ubicadas en la meseta de Mato Grosso, región de singular importancia ambiental.

 

 

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