El Universitario
La gente pelea contra el desempleo; la secuela más grave del Covid-19

La gente pelea contra el desempleo; la secuela más grave del Covid-19

Los negocios cierran. El virus contagió a la economía. Ante la dura situación, algunas personas recurren a la música o artesanía para ganar dinero. Otros deambulan en busca de trabajo, pero reciben poco.

En Santa Cruz, un chef toca guitarra y hace artesanías en la calle. Un panadero busca cualquier tipo de trabajo, aunque sea mal pagado, para mantener a sus dos hijos. Un vendedor se viste de payaso -y junto a su familia- fumiga autos a cambio de unas monedas. En la ciudad de los anillos una sicóloga cerró su guardería y ahora se dedica a ella y a su hija. Guarda una especie de luto: se recupera del dolor de haber cerrado su negocio, mientras planea un nuevo futuro. Todos fueron golpeados por aquel virus: sí, aquel que llegó desde la otra parte del mundo. Todos perdieron sus trabajos y ahora buscan la forma de salir adelante. Éstas son sus historias.

Los brazos de Oso

Oso rasga su guitarra. Sus delgados brazos hacen que de su vieja compañera de madera salga un sencillo de Calle Trece: Muerte en Hawái. Toca de forma ligera y pausada mientras sus cuerdas vocales lanzan las primeras letras del hit.

“Yo he peleado con cocodrilo. Me he balanceado sobre un hilo cargando más de quinientos kilos… Le he dado la vuelta al mundo en menos de un segundo…He cruzado cien laberintos y nunca me confundo…”, canta mientras la gente que pasa le pone unas monedas en su gorra.

Oso es el nombre de guerra de Gonzalo Urioste. Antes de la pandemia — en vez de tocar por unas monedas— tenía un restaurante donde encantaba el paladar de sus comensales. Preparaba un menú diverso que recogía sus experiencias de trotamundos. También es artesano. Cuando su voz se cansa, con un alicate, fabrica collares. El oficio también lo aprendió en sus años de errante.

“Recorrí varios países, estuve por Centroamérica, Venezuela, Colombia, Perú. Por todas partes, pero siempre vuelvo a Bolivia. Amo esta tierra”, dice.

Sin un trabajo fijo, es parte de una cifra dura. Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE)— este hombre de 42 años — es parte de la tasa de desempleo más alta desde 2016, y que hasta agosto llegó a un 10,6%.

La economía fue una de las más devastadas por el coronavirus. A la fecha, se perdieron más de medio millón de empleos, y más de 150.000 unidades productivas quebraron, según datos de la Confederación de la Micro, Pequeña y Mediana Empresa (Conamype).

Otro número alarmante se da en el sector de la manufactura. Una encuesta de la Cámara Nacional de Industrias dice que un 73% de las fábricas recortará personal.

“Tengo más vocabulario que cualquier diccionario. Tengo vista de águila, olfato de perro. Puedo caminar descalzo sobre clavos de hierro. Soy inmune a la muerte. No necesito bendiciones, porque siempre tengo buena suerte”, sigue cantando Oso.

Él no siente miedo de deambular por la jungla de cemento de Santa Cruz, que es el epicentro de la pandemia en Bolivia. Y mucho menos le da vergüenza ser cantor errante y artesano. Cada mañana, con su guitarra al hombro, sale a cantar otros hits y a fabricar collares.

Esto del Covid-19 me complicó todo. Hay que buscársela como sea, mi hermano. Mientras sea honradamente y no esté mendigando, prefiero estar así. Yo soy un emprendedor”, afirma mientras arma una gargantilla.

De panadero a ‘mil oficios’

Oso no es el único nómada urbano que viaja por la ciudad de los anillos tratando de sobrevivir. Antonio Catacora, de 35 años, antes de la emergencia sanitaria subsistía como panadero.

Trabajaba en una pequeña panadería en Las Brechas. Allí, cortaba leña, amasaba y horneaba el pan. Todo se vino abajo con los primeros casos de coronavirus.

“No se ganaba mucho, pero era algo seguro y tranquilo. Sin embargo, con esto de la cuarentena, la panadería cerró”, dice Antonio.

Ahora, todos los días deambula por las agencias de empleo en la zona de La Ramada. Ahí ofrece sus servicios como plomero y albañil, pero asegura que con sus manos puede hacer lo que sea.

A veces gana Bs 100 o Bs 50 al día. Otras veces ni eso. Todo es cuestión de suerte. Algo que hace mucho tiempo Antonio no tiene.

“Yo soy ‘mil oficios’, puedo hacer lo que sea, menos robar, pero la gente quiere pagar muy poco. Eso es lo malo, porque uno tiene hijos y debe pagar alquiler. Tengo dos niños, y uno por necesidad acepta lo que sea”, se resigna.

Según el INE, en agosto, en todo el país un total de 389.000 personas estaban desocupadas, de las cuales 224.000 fueron afectadas directamente por la cuarentena.

“Las empresas están despidiendo gente hace tiempo. Buscan trabajadores más jóvenes para pagarles poco”, afirma.

En marzo, el Gobierno declaró estado de emergencia en el país por la presencia del coronavirus. Esto paralizó todo. Las industrias trabajaron a medias y los pequeños negocios, como en el que trabajaba Antonio, cerraron.

“Hay que esperar que todo se mueva otra vez, en vano es desesperarse”, dice mientras sigue buscando cómo pasar el día.

De vendedor a payaso

Mientras Antonio recorre la ciudad como un errante. En la avenida Santos Dumont, José Arias se pone una peluca multicolor y un barbijo que tiene dibujada una sonrisa. Si bien usa un atuendo de payaso, lo que hace es cosa seria, asegura. Luego de vestir su ‘uniforme’, se coloca una mochila pulverizadora.

En este recipiente José mezcló alcohol y eucalipto. Con estos compuestos en su mochila desinfecta los vehículos que se paran en los semáforos. A veces la gente le da dos pesos, un peso y hasta 20 centavos; todo sirve. Hace este trabajo desde hace un mes, motivado por la desesperación de ver cómo poco a poco sus ahorros se gastaban en la cuarentena.

“Lo más bajo que me dieron fue 20 centavos. Pero ya era algo, todo sirve ahora”, dice el hombre.

Antes de uniformarse de payaso fumigador, José era vendedor y era uno muy bueno, dice. Cuenta que subía a los micros y vendía todo tipo de productos que le pusieran en sus manos.

Soy bueno vendiendo. Pero ahora todo está parado”, dice.

No está solo en la faena. Todos sus hermanos y sus dos sobrinos hacen lo mismo. Fumigan desde temprano con sus llamativos atuendos. Están ahí desde las 8 de la mañana, soportando el calor hasta que cae el sol. Su hermana, Yovana, es la encargada del almuerzo. La mujer, de 42 años, con una precisión casi mecánica sirve porciones iguales para toda la familia. Reciben lo justo; comen y vuelven al ‘negocio familiar’.

Un estudio realizado por Cedla sobre la situación laboral del país sostiene que la crisis, generada por la pandemia, deja al descubierto la desigualdad social y la pobreza en Bolivia. Pese a los años de bonanza, esto no se tradujo en una mejor calidad de vida para la gente.

La institución afirma que la mayoría de los trabajadores son parte del sector informal. Y están expuestos a riesgos al carecer de protocolos mínimos de bioseguridad.

Cerró un sueño

La pandemia también afectó pequeños emprendimientos como el de Marinela Domínguez. Después de la declaratoria de emergencia nacional, decidió cerrar su pequeña guardería, que tenía desde hace cinco años.

La sicóloga de profesión cuenta cómo la pintura blanca quitó los dibujos y tonos alegres y divertidos de las paredes de su recinto. Atrás quedaron los cinco años de cuidar niños. De ayudarlos a emitir sus primeras palabras, de enseñarles a dibujar y a escribir sus primeras letras sobre un papel. Esa pintura borró todo rastro de lo que algún día fue un espacio donde sus pequeños jugaban y, sobre todo, aprendían.

Incluso vendió el mobiliario nuevo que compró a comienzos de año para sus niños. Pagó con lo que pudo a sus tías y entregó las llaves del lugar donde por cinco años cumplía un sueño.

“Siempre quise trabajar con niños. Cerrar y vender todo fue muy duro”, afirma.

Ahora guarda una especie de luto. Mientras tanto, ahora hace consultas y brinda apoyo a personas que quieren bajar de peso y llevar una vida sana. También tiene más tiempo para estar con su hija.

Eso sí, no oculta que extraña a sus pequeños; espera que las cosas mejoren. Pero asegura que si vuelve a abrir será en 2022.

Tiene los papeles de su negocio al día, pero por ahora solo busca estabilizarse y, al igual que los otros personajes de esta nota, trata de pelear contra la adversidad.

Según la calificadora Fitch Ratings, Bolivia en 2021 crecerá a un 3,9%, pero la perspectiva es muy incierta por la falta de claridad en los planes de política pública.

Mientras las cosas mejoran, Oso continuará con su guitarra y sus artesanías, Antonio seguirá de ‘mil oficios’. José continuará fumigando y Marinela no perderá el sueño de reabrir su guardería.

Por ti. Todo lo que hago, lo hago por ti. Es que tú me sacas lo mejor de mí. Soy todo lo que soy porque tú eres todo lo que quiero”, seguirá cantando Oso por unas monedas que alivien sus penurias.

El Deber.

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