El Universitario
Mujeres albañiles, construyendo sueños y casas para mejorar el futuro de sus familias

Mujeres albañiles, construyendo sueños y casas para mejorar el futuro de sus familias

La iniciativa comenzó de la mano de la Fundación de Promoción para el Cambio Socio-Habitacional (Procasha), en 2009, con un proyecto dirigido principalmente a mujeres social y económicamente vulnerables para que estas puedan mejorar sus propias viviendas y por ende su calidad de vida.

 

Con picota y pala en mano, Isabel Huanca, Joaquina Apaza y Filomena Trujillo mezclan cemento con arena para empezar su jornada de trabajo en la construcción de un baño en la casa de Felicidad García, en la zona Tierra de Esperanza, ubicada pasando Alto Cobol, al sur del municipio de Cochabamba.

Como una suerte de destino prefijado en el nombre de la zona, allí viven varias integrantes de las siete Cooperativas de Mujeres Constructoras, que aglutinan a más de 115 miembros, quienes encontraron en la albañilería una esperanza para tener un futuro mejor para ellas y sus familias.

La falta de agua potable y la limitación del alcantarillado es algo común en el árido lugar, al igual que las pocas oportunidades laborales, sobre todo para las mujeres. Muchas, frente a la urgente necesidad de generar ingresos y sostener sus hogares decidieron capacitarse y empezar a trabajar como constructoras.

Sin embargo, en otros casos, algunas lo hicieron a escondidas, por temor a ser discriminadas o porque sus esposos no las dejaban.

Más de 10 años después desde que comenzó este proyecto, las cooperativas son autosustentables y son un punto de sororidad y compañerismo entre mujeres que tienen un mismo objetivo: salir adelante.

La iniciativa comenzó de la mano de la Fundación de Promoción para el Cambio Socio-Habitacional (Procasha), en 2009, con un proyecto dirigido principalmente a mujeres social y económicamente vulnerables para que estas puedan mejorar sus propias viviendas y por ende su calidad de vida.

El proyecto se realizó en tres partes. La primera consistía en la capacitación de las mujeres en tareas de vaciado de piso, colocado de cerámica o plomería, mismas que empezaron a aplicar en sus propias viviendas. Algo importante es que se reunieron través de aynis, una costumbre andina que consiste en la reciprocidad en comunidad, lo que motivó a que fueran rotando el trabajo en las casas de las mismas integrantes.

La segunda parte fue de la mano con la primera. Procasha se encargó del asesoramiento mediante profesionales en las áreas técnica y social.

A lo largo de los años, trabajaron arduamente para conseguir la personería jurídica de las siete cooperativas que conformaron, con el objetivo de acceder a contratos gubernamentales o de empresas que piden este requisito. Tres de las siete organizaciones lo consiguieron: Unicasas, Horneras y Sumaj Kawsay. Por su parte, las otras cuatro, Wara, Warmy Sartawi, Vida Nueva y Torre Fuerte, están en proceso de consolidación.

De igual forma, hay una cooperativa más que está en capacitación llamada Plan 700 y Alto Mirador.

Como parte de su formación, las mujeres pasaron cursos en el Centro de Educación Permanente Jaihuayco (CEPJA) sobre temas de empoderamiento femenino, confianza y autoestima hasta obtener el grado de técnico superior y fueron certificadas por el Viceministerio de Educación Alternativa.

El proyecto con Procasha concluyó en 2019, luego de una década de asesoramiento y seguimiento ante las nuevas necesidades de las mujeres. Sin embargo, aún continúan trabajando en la capacitación de 20 mujeres en trabajos similares.

Empoderamiento femenino

Al ser un oficio poco conocido, lo prejuicios fueron parte del camino hasta consolidarse como cooperativas. “Hemos tenido mujeres que han sido hasta golpeadas por los maridos y han tenido que pasar sus capacitaciones de ocultas. Han sido situaciones en las que hemos tenido de intervenir”, cuenta Graciela Landaeta, directora ejecutiva de Procasha.

Sin embargo, el rol de los hijos de las mujeres fue vital ya que muchos de ellos las apoyaron y las incentivaron a seguir.

“Ellos me apoyan. ‘Ya estás aprendiendo, mami, nuestra casa nosotros nomás vamos a hacer’, me dicen”, describe, con una sonrisa, Joaquina Apaza, una de las mujeres constructoras.

Apaza, de 37 años, comenzó a construir hace menos de un año con el objetivo de generar ingresos para mantener a sus tres hijos —de 14, 13 y 7 años—. Ella es madre soltera, antes vendía dulces, iba a limpiar casas o lavaba ropa, todo lo que encontraba para generar dinero. “Feliz he entrado a la cooperativa. Hay veces en que el sol te fatiga, pero hay que seguir”, dice.

Cuenta que no tenía un conocimiento previo sobre construcción, pero que su situación “la obligó” a buscar nuevas alternativas. Su primera tarea fue adecuar su casa; allí construyó un cuarto. En este momento está haciendo un baño. “Ya estoy aprendiendo también. Estoy alegre”, afirma.

El ayni está presente en su forma de convivir con sus vecinas. Entre ellas se colaboran hasta en las tareas más complejas de la construcción, como levantar columnas pesadas. “Por mis wawitas tengo que trabajar. No me pasan pensiones ni nada, tengo que hacer”, añade.

En el caso de Isabel Huanca, actual presidenta de la Central Cooperativa de Mujeres Trabajadoras, la motivación fue similar. Empezó hace seis años a raíz de la invitación de la fundación Procasha. “Antes no conocía mucho. Mi esposo es albañil, entonces, sabía algo, pero no lo suficiente. Nos enseñaron, empezamos en nuestras casas”, afirma y relata cómo inició: “Primero, comenzamos en la casa de una compañera, terminábamos y nos íbamos a otra casa”.

Ahora, Huanca, de 34 años, es especialista en construir muro de ladrillo y poner cerámica. Tiene dos hijos, de 14 años y un bebé de 7 meses. Pese a que es complicado trabajar por su reciente maternidad, sigue yendo a las obras.

Una característica que destaca es que la personería jurídica que lograron les sirvió para conseguir más y mejores trabajos. “Antes no nos conocían mucho, pero ahora nos contratan las instituciones, ya nos conocen”, indica.

Sobre el tema, Landaeta asegura que lucharon durante muchos años para alcanzar esta meta, que era parte del proyecto inicial. “No hay labores exclusivas para unos y limitadas para otros según el sexo. Las instituciones decían que no se les podía contratar si no tenían la personería jurídica, pero ahora esa barrera ya no está. Creemos que el Estado juega un rol muy importante para generar nuevas instancias de trabajo”.

Y, si de derribar barreras se trata, estas mujeres son expertas. Isabel cuenta que antes le costaba estar en la obra, pero que, poco a poco, fue conociendo cómo era mejor trabajar para no dañar su cuerpo. “Antes, yo misma sentía el cemento pesado, no podía levantar. Ahora ya no siento eso. Me gusta trabajar”, asegura.

Filomena Trujillo, de 37 años, cuenta que su experiencia en las cooperativas fue similar. Empezó a trabajar en la construcción hace tres años también con el objetivo de ayudar económicamente en su casa. Su esposo, quien también es albañil, incialmente no la apoyaba, pero luego cambió de parecer. “Al principio no quería. Ahora me ha visto trabajar y me apoya. Cuando no trabajamos no hay ni un peso, cuando trabajamos hay. Ayudamos a nuestros esposos”, indica.

Trujillo tiene cuatro hijos —de 17, 13, 11 y 7 años—, quienes también son su principal inspiración. “Me apoyan, ellos. A veces, cuando llegó tarde del trabajo, mis hijas cocinan”.

Gracias a sus conocimientos también pudo mejorar su casa, hizo revoque, pintura y puso cerámica. “Ahora se ve más bonito así terminado”, dice, con una sonrisa dibujada en su rostro.

Reciclaje de aguas y botellas

Actualmente, las tres mujeres son parte de la organización sin fines de lucro Hábitat para la Humanidad y están trabajando en el proyecto de construcción de 60 baños: 48 en Lomas Santa Fé y Tierra de Esperanza; 5 en Villa Victoria y 7 en Santa Bárbara.

Algo destacable de estas obras es que, allí donde el agua escasea y la sequedad de la tierra es parte de su entorno, combinan botellas recicladas con ladrillos para la construcción como una forma de cuidar al medioambiente; además, y como punto fundamental, estos baños tienen un sistema que permite que el agua de la ducha pase al inodoro y así se reutilice el líquido. Una técnica altamente recomendada en todo el mundo que, en Cochabamba, se aplica en los lugares más alejados del municipio como ejemplo de que sí se puede.

Huanca afirma que ahora solo 35 mujeres, de las 115, están trabajando. Piden más oportunidades de empleo. Su tarea es dura, pero ellas son felices ahí, en medio de ladrillos y cemento. Cada obra concluida es un motivo de orgullo.

Related Articles

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

1 × 3 =